Este artículo es de Francisco Mora, catedrático de Fisiología Humana de la Universidad Complutense de Madrid y catedrático adscrito de Fisiología Molecular y Biofísica de la Universidad de Lowa.
¿Que ocurriría si durante una de mis clases en la Universidad apareciera, de pronto una cebra en el aula?
Sin duda que el foco de atención de los alumnos se desplazaría, desde lo que yo estoy explicando, a observar la cebra y los movimientos de la cebra ¿Por que? Porque la cebra representa algo nuevo en el entorno, algo que contrasta con ese entorno y activa la curiosidad, Y es la curiosidad, ese ingrediente primaria de la emoción, el que activa a su vez la atención y con ello la maquinaria cerebral del aprendizaje y la memoria. Y esto ocurre de modo natural, utilizando los códigos que tiene el cerebro construidos y heredados desde hace más de doscientos millones de años.
La curiosidad mueve la conducta del niño, del adulto o del viejo. La curiosidad es realmente ese chispazo que abre las ventanas de la atención, base del conocimiento. En el niño, en particular, le lleva a explorar todo aquello que parece diferente, formas, colores, movimientos y le empuja a husmear, mirar por el ojo de las cerraduras, desechar lo anodino y seguir y provocar el movimiento de todo lo que hay a su alrededor produciendo a su vez estímulos curiosos nuevos. Y esto, el niño, lo hace, de modo inconsciente, con el juego. No deberíamos olvidar que el juego es el medio con el que la naturaleza disfraza el aprendizaje. Jugar es el mecanismo con el que el niño graba en su cerebro los preprogramas sensoriales y motores que utilizará el resto de su vida. No entender esto, la necesidad del juego en el niño, ha llevado a la concepción de falsos conocimientos, de neuromitos. Pero es también la curiosidad el motor que lleva al investigador científico, al artista, al pensador, a jugar ( con ese otro juego sagrado de las probetas o las ideas) y eventualmente descubrir lo nuevo de nuestro mundo o de nosotros mismos.
Hoy ya sabemos que de nada sirve exigirle a un alumno que preste atención a lo que se le enseña. Eso no sirve de nada. Y los maestros, en particular, lo saben bien. Precisamente, lo que se pretende hoy, con esa nueva aproximación a la enseñanza, y que viene conociéndose como neuroeducación es provocar la curiosidad de los alumnos con estímulos docente que, como el de la cebra, logren, de modo natural, poner en marcha los mecanismos neuronales substrato de esa curiosidad. La neuroeducación pretende, entre otras muchas cosas, que el docente, sea en la escuela primaria, secundaria o en las instituciones de enseñanza superior, capaz de transformar sus explicaciones en una sucesión de 'cebras en el aula', es decir, encienda la curiosidad de los alumnos por lo que dice y enseña y que, de modo natural, abra las ventanas de la atención.
Precisamente hoy la Psicología y la Neurociencia cognitiva, y en un contexto más global, la neuroeducación, trata, con sus investigadores, de sacar ventaja de cómo funciona el cerebro para enseñar y aprender mejor desentrañando los circuitos cerebrales que codifican para esos fenómenos como el de la curiosidad. Y es así como ya se comienza a saber que, desde la perspectiva neuronal, la curiosidad no es un fenómeno único singular sino que hay varias curiosidades. Hoy ya se habla de una curiosidad perceptiva (aquella que evoca la visión de la cebra en el contexto que antes hemos señalado) y otra ejecutiva (Aquella que pudiera evocar por ejemplo la conducta de la cebra por el estudio). Ambas al parecer son diferentes con substratos neuronales diferentes.
Y al igual ocurre con la atención. Hoy no se habla en neurociencia de la atención, como si se tratara de un solo fenómeno y su correspondiente circuito cerebral, sino de muchos circuitos neuronales substrato de procesos atencionales diferentes. Hoy se habla de una atención basal, fija, orientativa, ejecutiva y holística inconsciente y hasta de una atención puesta en marcha por internet. Buscar y encontrar los estímulos específicos capaces de poner en actividad los correspondientes substratos neuronales en el cerebro será de un avance extraordinario en la mejora de la enseñanza y el aprendizaje. Es decir, encontrar para la enseñanza estímulos que, como los producidos por la cebra, activen esos circuitos cerebrales haciendo la enseñanza curiosa y su consecuencia importante inmediata que es captar la atención de los alumnos durante el tiempo que dure una clase.
Con todo quiero señalar que la neuroeducación pretende llegar mucho más lejos de eso. Pretende detectar aquellos déficits que impidan o interfieran con la enseñanza temprana de los niños, (sea la hiperactividad, los déficits de la atención, la dislexia, la discalculia, la ansiedad, el apagón emocional o el autismo) y poder actuar sobre ellos con intervenciones tempranas y sin fármacos. Y pretende conocer los mecanismos cerebrales del rendimiento mental, funciones ejecutivas complejas base del comportamiento social y tantas y tantas otras funciones cerebrales o extracerebrales que influyen, distorsionan o potencian el aprendizaje y la enseñanza.
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